LOS DÍAS DE UN ESCRITOR SOLTERO

Publicado en por Julio Mauricio Pacheco Polanco

 

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En otras noches, ese viento fuerte que entraba por la ventana del bus, al llegar a Arequipa, una ciudad de clima seco y sol constante, le habrían parecido un alivio ante la temperatura elevada de su cuerpo, esa libido propia del alboroto de una testosterona acostumbrada a tener sexo continuo varias veces al día, digamos, ¿unas 10 veces?, no creo ni exagerar ni ser mezquino, creo que la paz para algunas personas, es la tristeza en otras, como lo es el tedio y la carencia para seguir existiendo. En realidad pueden ser complejas las razones para un intento de suicidio: alguien a quien se ama y a quien ya no se tiene a su lado, o alguien con quien se hizo el amor continuamente y que ahora dejaba un organismo necesitado de placer, esas descompensaciones donde se entienden las visitas constantes a los burdeles, esas casas de citas donde ya no hay amor, solo un intenso placer que a los hombres nos hacen sentir felices, ebrios de conquistas ante muchachas muy jóvenes y bellas, complacientes en todo y, anhelosas de saciar apetitos carnales donde seguramente las intenciones eran las mismas: olvidar en otros cuerpos a un cuerpo con el cual se amó, como solo se ama, cuando un beso está al alcance de unos abrazos, un coito, un orgasmo o muchos orgasmos, sin considerar que lo que se cree va bien, conduce al peor de los abismos: muchos cuerpos entre extraños que nunca dejarán de ser: cuerpos extraños que se harán el amor mutuamente por necesidad, sin querer entablar una relación.

Mejor dicho, eran días sin comunicación, días sin tener con quién conversar, si acaso hacer el amor es mucho más que tener sexo o, sino, compartir una casa, diálogos donde uno se siente acompañado y hay muchas cosas en común, intereses que mantienen viva la relación, todo lo que no se puede compartir con una meretriz, todo lo que se comparte con alguien en quien se cree fielmente pero jamás con una mujer que pertenece a todos.

Puedo presumir de haber hecho mías a más de 30 mujeres y, puedo asegurar que el sexo ha sido muy bueno, didáctico para mi sabiduría en crecimiento, incomparable algunas veces, y por supuesto, memorable, pero por razones que el lector entiende, no era lo mismo hacer el amor con 3 mujeres en un mismo día y luego de tal lujuria, ir a sentarse a la silla, apeándose a la mesa de un café, y tener la urgencia de conversar con alguien. Los amigos nunca podrían reemplazar a una mujer y, para ser más sincero, no es grato ni oír ni dejarse escuchar sobre cómo fue el sexo con las muchachas con quienes el cuerpo fue feliz, mas por dentro permanecía siempre ese: “falta algo”.

Hasta que tuve claro qué era hacer el amor. Sentado desde ese café donde las pláticas con los amigos eran aburridas y forzadas para luchar contra la soledad, comprendía que la compañía perdida, haya sido buena o mala, fue eso: una compañía, donde se podía compartirlo todo sin secretos o el temor a que en media hora fuese todo el tiempo otra vez, una taza de café, unos tabacos, y otra vez la soledad y el cuerpo pidiendo hacer el amor hasta donde alcanzase el presupuesto de un hombre de cuarenta años que ahora era dueño de sus 24 horas del día, de todos los días de un mes y varios meses, donde sabía que debía mantener su mente ocupada en algo, sin amor, solo putas a llamar, lascivia donde era complacido, un choque forzado de dos cuerpos donde había que botar la leche, si acaso se podía uno concentrar en ello o, había que pagar más por el tiempo extra, las decenas de minutos extras mientras se exploraba el cuerpo de muchachas que traficaban con el amor con destreza, como si estuvieran amando a quien amaron alguna vez de verdad.

 

Continuará...

 

Julio Mauricio Pacheco Polanco

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