Las ideas cuestionadoras y la confusión

Publicado en por Julio Mauricio Pacheco Polanco

Una de las características fundamentales del ser humano, son las interrogantes que siempre se ha hecho, en torno a todo lo que le rodea, desde querer saber quién es Dios,hasta tratar de entender al hombre mismo y su condición humana. Sin la duda no habríamos evolucionado ni hecho las preguntas elementales. Los espíritus sensibles como la de los poetas, han escrito sobre la vida, el amor, la muerte, la locura, entre otros tópicos o lugares comunes. Los mismos científicos desde su agudeza e investigaciones, se han amparado en el derecho a dudar para ir tras la verdad.

Otro grupo interesante de personas, han optado por la negación de Dios, convirtiéndose al ateísmo y optando por un discurso en el que se encuentre otra forma de humanismo, sin la necesidad de deidades.

Toda duda surge de la observación y de una inteligencia analítica que ve más allá de lo que aparentan las cosas. El poner en tela de juicio por ejemplo, lo que nuestra cultura occidental da por sentado, revela las ideas cuestionadoras de quien exige una explicación ante hallazgos en los que otras personas de su generación no habían reparado.

Dudar de nuestros orígenes por ejemplo, ha sido y es materia de millares de libros en los que se intenta explicar qué somos. Las mismas labores intelectuales serían pobres y carentes de aporte si acaso el que interroga no dudase.

Cuestionar sobre un modo de convivencia social, sobre las conductas de las personas, sobre un orden establecido, sobre el universo, es otra forma de querer llegar a la verdad, de manera legítima.

Y todos llegado el momento dudaremos de lo que nos rodea, y nos encontraremos ante una soledad mayor: no tenemos la certeza que Dios existe, no sabemos qué misión tiene el ser humano en el mundo.

Aquellas personas que creyentes, tienen claro el porqué vivimos, no escapan a las observaciones de su intelecto y acaso también filosofan con su sacerdote o guía espiritual.

Recuerdo que cuando ya había terminado el colegio, y en ese entonces era ateo, curiosamente todas las tardes filosofaba con el sacerdote de mi colegio, quien de manera afable y sin condiciones me hablaba del mundo, de la vida, y de Dios. A veces mis posturas eran muy radicales y sin saberlo, hirientes, pero nunca por ello este hermano de la orden fransiscana se alteraba. Debo de ser más claro, amigo más notable no tuve. Que hubo tardes en que noté su ausencia y lo extrañé, a pesar de que él hubiese muerto hacía muchos años ya después.

Esos cuestionamientos sobre Dios los hacía también con mis compañeros de promoción del colegio, y luego, ya en la universidad, con nuevos amigos y amigas, a quienes les gustaba leer, y por supuesto, dar su opinión.

Quizá las ideas cuestionadoras contribuyan a que cada persona aporte su visión particular de las cosas, y por ende, se enriquezca el diálogo en el grupo.

Ya con el tiempo, empecé a cuestionar la manera en  cómo se había estructurado este orden establecido, como quizá los hicieron los que se convirtieron al socialismo u otros, se arraigaron en la postura reaccionaria o contestataria. Y por supuesto, después de la duda, casi siempre viene el desengaño o la decepción: líderes corruptos, historias que no fueron reales y que se terminaron en convertir en mitos, o leyendas que no fueron verdaderas.

Recuerdo una charla que tuve con un grupo de amigos, en los que una de las participantes, confesaba el cómo le había afectado el ver la película: Truman Show. Nos decía con clara lucidez que después de esa película, la visión que tuvo de su mundo fue otra, distinta, y si acaso, sus dudas, reorientadas a querer saber si ella  no era también el personaje que interpretaba Jim Carrey, y si todo no era una representación hecha para sí misma. Comprendí entonces que las dudas son inducidas por este sistema, que no es casual que el ser humano se interrogue, que en esta sociedad, se dan todos los requisitos para que uno se interrogue y pregunte: por qué, para qué.

Acaso ella no fue la única persona que me confesara ello. En otra charla amena, un compañero de universidad que ahora está casado y tiene un hijo y esposa, me mostró dos lados de la duda que tenían que ver con el miedo: el primero coincidente con el hecho de que todo gire en torno a uno. Creía que al salir de su casa, recién el mundo comenzaba a cobrar vida, que las personas esperaban atentamente a que estuviera él en escena, para que ellas teatralizaran un rol dentro de una película que a su entender, era su vida. La otra revelación fue más truculenta: una tarde mientras sentados desde los jardines de la universidad, en la que leíamos unos libros de poesía, me dijo asustado que la jovencita que lo veía, pensaba que él estaba loco. Yo voltee a verla, y solo vi una sonrisa y una mirada poco amigable, pero de allí a concluir que esa persona pensase sobre mi amigo que él estuviese loco, era poco probable. ¿La razón? No podemos saber qué pasa por la mente de otras personas,y acaso una expresión puede expresar muchas cosas, entre ellas, las estimadas por mi amigo. Por ejemplo, el lenguaje. La universidad permite entrar en un mundo diverso donde se puede hallar personas que tienen formaciones totalmente originales y únicas. Las maneras de expresarse de cada quien deberían contribuir al desarrollo de la personalidad, pero llegado el momento, los universitarios comprenden que los significados que le dan  algunas personas a la palabras que usaban para explicarse, estaban errados, y por tanto, no llegaban a expresarse con propiedad, y lo peor de todo, no se les entendía nada. La conquista del lenguaje me dejó a veces recuerdos en  los que veía a jóvenes estudiantes utilizar palabras rebuscadas para enunciar su discurso, sin darse cuenta que el esfuerzo hecho para impresionar, solo dejaba oscuras interpretaciones por parte de quienes le oían, y no le prestaban atención, por ser muy denso o difícil el discurso enunciado. En ese momento aprendí que los discursos más profundos, son los que además de entregar un aporte a la sociedad, eran enunciados de manera muy simple y asequible a todo grupo de personas de diferentes condiciones de intelectualidad. 

Pero acaso mis dudas también fuero genuinas, y me llenaron de incertidumbre y soledad. Mis cuestionamientos sobre si en verdad el hombre había llegado a la Luna, y mis comentarios al respecto con mis conocidos, nos evocaban parajes donde lo desconocido nos causaba temor y zozobra.

Poco tiempo después había encontrado unos versos de Shakespeare donde hablaba sobre la duda: "duda que las estrellas existen, duda que la Luna brilla en la noche, duda hasta del sol, pero nunca dudes de mi amor." El hecho que el genio de Shakespeare revelara cierto grado de lucidez casi infernal, me hizo entender que las confusiones entregadas por las dudas y las ideas cuestionadoras eran comunes, y por tanto , forman parte del desarrollo y evolución de cada individuo.

Pero hay dudas mayores, confusiones terribles en las que la víctima ya no solo duda de lo que está en su entorno: empieza a dudar de su identidad, del quién es él o ella. y allí, todo parece entrar en otra dimensión, desde donde se ve la realidad de otra forma.

Lo que nos queda claro es que estamos en una sociedad donde las dudas que tenemos son las que debemos tener, y con las cuales debemos interpretar al mundo y la realidad.

Pero acaso no es cierto también que solo cuestionamos lo que creemos está mal. Tener ideas de por sí es ya un gran aporte a la sociedad. Las ideas que contribuyan al progreso social o científico logran trascender en la evolución del ser humano. Tener una inteligencia crítica agudiza nuestro estar en el mundo, y nuestras actitudes ante la vida y el cómo debemos desenvolvernos en ésta.

Pero no todos tenemos un soporte emocional lo suficientemente fuerte como para vivir con dudas existenciales. Y es por ello que son muy comunes las confusiones en la adolescencia, desde donde la búsqueda de la verdad en libros, se convierta en una obsesión que podría terminar siendo perturbadora.

El caso por ejemplo de la novela La Nausea de Jean Paul Sartre, y el cómo fue hallada ésta  en el bolsillo del gabán de un mendigo que se había tirado de un puente, revela el porqué algunos libros son nocivos al momento de ser leídos, y solo contribuyan a la confusión del que de buena fe los lee. 

La responsabilidad del Escritor al momento de ejercer su labor y escribir, se hace relevante o importante, en la medida que sea totalmente consciente del efecto que ha de causar en sus lectores. No considero que el fin de un escrito sea confundir al lector, sino más bien ayudarle a esclarecer sus dudas, y permitirle entenderse e interpretarse como ser humano, en la medida de las posibilidades con las que cuente el Escritor.

Si bien hay por ello, grados de confusión, los más notables son los de la esquizofrenia no tratada, en la que como escribiera líneas arriba, es otra la realidad desde la cual se ve el mundo, y acaso se hace casi autista, por poseer un universo propio al cual es difícil llegar a entender.

Sin embargo, por fe propia y conocimiento de causa, sé que el retorno existe, que los estados extremos de confusión pueden ser controlados y corregidos, que un buen tratamiento puede salvar a una o miles de personas. Que por fin hoy podemos decir: no todo está perdido.

Gracias por estar aquí.

Julio Mauricio Pacheco Polanco

Escritor

 

 


 

 

 

 

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